miércoles, 17 de julio de 2013

137. AUNQUE INDIGNA de Pau Soldado


Me sentí desfallecer, pero el traje de grafino me impedía caer al suelo y desmayarme; tal era la cárcel en la que me veía sujeto. Mi exoesqueleto me obligaba a seguir luchando, a pesar de que mentalmente me encontraba en otro lugar, muy lejos de allí. Todas mis funciones orgánicas estaban controladas por un intrincado sistema de moléculas artificiales, localizadas en los puntos clave de aquella prisión móvil que me cubría por completo. Aquel traje infame era mi segunda piel, pero mis ideas jamás serían suyas. Soldado raso, condenado a luchar en una guerra absurda como todas lo habían sido, sentía los impulsos nerviosos en las articulaciones a través del satélite que escupía variables logarítmicas, infectándome las neuronas con movimientos anómalos que no sentía como propios. Yo no era así, no disfrutaba matando, y menos aún en un espectáculo televisivo. Para escarnio público, el plástico de mi envoltura era transparente, si exceptuábamos las zonas erógenas, en donde se había velado con una línea horizontal de enzimas proteicas que tintaban el compuesto de un color blanco lechoso. Aquel cinturón de castidad era mi único recurso para mantener la decencia y mis funciones vitales en la batalla. El traje no se regeneraría sin proteínas, y el grafino dejaría de ser una potente coraza sin la conductividad necesaria. Volvería a moverme como un pacifista, como un filósofo, no como un soldado. Sería sólo un despojo intelectual envuelto en plástico de cocina, sin nada con qué cubrirme las vergüenzas delante de millones de espectadores. Así, sucedió lo inevitable. Fue casi instantáneo, primero una sacudida, después una segunda detonación. Las cámaras mostraban mis genitales al descubierto mientras yacía en el suelo. Había luchado bien, pero por alguna razón que se escapaba a las leyes de la probabilidad matemática, el factor humano no despejaba la incógnita que una y otra vez llegaba vía satélite a mi cerebro, pidiendo paso. Aquella incógnita tenía un valor asignado como "ansia por vivir", y el sistema no podía prever que, en aquellas circunstancias, yo prefiriera, aunque indigna, la muerte.


Seudónimo: Pau Soldado

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