domingo, 2 de marzo de 2014

66. EL SILENCIO DE UN ROBLE. De Azulena


Si alguna vez me hubiesen preguntado
cuantos idiomas soy capaz de hablar,
les diría que el materno
lo escribo con el lenguaje de mis rotas uñas,
que han demostrado ser fieles brochas de pintores.

Nunca he sido tan creativa con la madera,
tallando y rasgando mi sentencia,
segundo a segundo, 
¡se puede palpar entre el rojo de mis huellas!,
que llevan mi latido y la rabia 
en una caja de madera.

¿Hay alguien ahí?,
¿alguien me oye?,
¡no!
¡nadie puede escuchar el silencio de un roble!

Si alguien me hubiese preguntado alguna vez
cuál era el olor  que más odiaba,
le hubiese dicho inmediatamente:
¡el olor del azufre, mezclándose con las flores frescas!
Es un olor muy amargo,
¡rancio!, con seda salvaje vieja y de encaje.

¡Cómo me pinchan estos alfileres 
desgarrando mi carne!.
¡Cómo me queman estos ojos
deshaciéndome por sentir llegar tarde!,
como si  me masticasen a mordiscos
¡no soy capaz de gritar con mis  labios cosidos!

¿Y mis brazos?, 
¡y que decir de mis manos!,
¿cuándo se han cerrado estas manos
sintiendo ser buffet
rodeada de madera y gusanos?
   
Soy la hija nacida 
del vientre robado de la vida,
ahora madre viene a buscarme.

Entre  losa y flores que reposan
quedé atrapada en los patios vacíos,
porque nadie ha podido escucharme 
entre el silencio de un roble.                 


Seudónimo: Azulena

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