viernes, 13 de junio de 2014

42. TRAS EL RESQUICIO. De Gerard Walt


Al principio la criatura vivía preguntándose que era. ¿Por qué la tenían encerrada allí con una argolla a la cintura sujeta por cadenas? Ahora dedicaba el día placenteramente a ver la vida que le llegaba tras el resquicio en la pared que descubrió ocho años atrás. Especialmente en las mañanas cuando los niñitos entraban en tropel al patio de juegos del jardín de infantes. Volaba con la imaginación   incorporándose a sus inocentes juegos. Cantando, bailando, disfrutando a pleno en una comunión unidireccional. Su único oído, ubicado bajo el ojo, se había agudizado de tal forma que escuchaba con nitidez las voces de los infantes. Luego de décadas aprendió a hablar. Bueno… aprender a hablar es mucho pues de su garganta solo salía un sonido gutural, ronco e ininteligible.
Divisó en el centro del patio a un nutrido grupo que danzaban al ritmo de la ronda de la luna, su favorita. Se unió a ellos tarareándola mentalmente y hasta pudo sentir las suaves manitas agarrando sus aletas. Al rato comenzó el juego de la escondida. La criatura bajó el parpado un instante, entonces se vio escondida tras el tacho de la basura, junto a los columpios, conteniendo la risa y la respiración. Por momentos casi se sentía uno más de ellos. El ojo se le inundó de lágrimas. ¡Cuánto daría por poder estar allá abajo! Aunque fuese un segundo. Tan lindos, tan inquietos, tan llenos de vida.
Como sufría la noche, tiempo en que el sol se apagaba. Sufría también terriblemente las vacaciones, los feriados, los sábados y domingos cuando el silencio del jardín lo volvía a su espantosa soledad. Entonces trataba de entretenerse con los pájaros, con las ardillas. Contaba las flores y las nubes. Se soñaba volando, correteando sobre sus muñones por las ramas de los arboles embadurnado en fragancias. El resquicio le daba alas a su mente.
Aquella tarde primaveral el hombre emparchó los huecos de la pared y la pintó. En ese mismo instante la criatura se dejó morir.


Seudónimo: Gerard Walt

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