martes, 29 de julio de 2014

212. AQUÍ ESTOY. De Markko Kivisen


Y aquí estoy, pudriéndome mientras cuelgo de una rama añosa, con una soga que aún lastima mi cuello. El viento juega conmigo y me hamaca. Los soles a plomo queman mi piel grisácea y me mojan las lluvias.
Con los ojos muy abiertos lo veo todo. Según cómo gire mi cuerpo, puedo estar horas contemplando un punto fijo del viejo árbol, los campos de girasoles o el camino de tierra que lleva al pueblo. Sé quién sale y quién entra del caserío. Algunos me escupen cuando pasan, otros se persignan y, los menos, me dedican una breve oración antes de seguir su camino. No nací aquí. Estaba de paso, pero he aprendido a conocer a cada uno de ellos.
Yo no maté a esa joven.
No sé quién lo hizo, aunque escuché rumores entre quienes pasan caminando. De todas maneras, no importa. Alguien me señaló y entonces me lincharon. Sin juicio, sin posibilidad de defensa.
Y aquí estoy. Los niños se divierten a escondidas de sus padres, moviéndome y haciéndome girar con un palo. Algunos me pegan como si fuese piñata.
Supongo que pasarán años; el viento se irá llevando girones podridos de tela de mis ropas; me quedaré sin carne por acción del tiempo o los carroñeros, se secarán los ligamentos que unen mis huesos, y éstos volverán, al final, a la tierra madre.
Entonces, vendré a vengarme. No se salvarán ni siquiera los niños.


Seudónimo: Markko Kivisen

domingo, 27 de julio de 2014

188. SIN RETORNO. De Lady Macbeth


A esta hora solo puede ser él. Los golpes resuenan con la urgencia de tantas veces en las que ha vuelto para  exigirle dinero o para llevarse medio a la fuerza las pocas cosas por las que le darían algunos euros en el mercadillo. Había jurado no volver a abrirle, pero algo en el golpeteo nervioso la obliga a acercarse y desatrancar la puerta.
─Mama, me vienen siguiendo. Traigo un navajazo en la pierna.
Por el hueco a medias abierto asoma la cara pálida, sin afeitar, y tras ella el cuerpo vacilante, la sangre que desde la ingle empapa el vaquero gastado. La mujer lo deja pasar y cierra deprisa, mientras él se derrumba en el sofá desvencijado.
─Tráeme la merienda ─le pide zalamero.
Debería llamar a un médico, es una herida fea. Sin embargo marcha hasta la cocina arrastrando los pies y vuelve con un trozo de pan con chocolate. El muchacho devora y, al tiempo, la sombra oscura de la barba se vuelve pelusa dorada y se le redondean las mejillas.
─Cuéntame un cuento, anda.
La mujer se sienta en la mecedora, el niño se le acurruca en brazos. La historia de la luna y el lobo, que tanto le gusta, lo hace  sonreír y entre los labios tiernos asoma la mella de una de las paletas. Pronto no se oye más que la respiración acompasada del bebé, el runrún de los balancines y el susurro bajito de la nana.
Dos nuevos aldabonazos la sobresaltan cuando está a punto de quedarse dormida. Tres tipos entran en tropel en busca del hijo y escudriñan violentos cada rincón de la casucha. Ella, de pie, curvando la espalda para contrapesar el abultado vientre, los deja hacer con una mezcla de tristeza y desprecio en la mirada. Hasta que al fin  se marchan, convencidos de que allí no pueden encontrarlo.
Dejándose caer de nuevo en la mecedora, la mujer abraza su cintura fláccida. Mañana sin falta irá a pedirle al ginecólogo que le ligue las trompas.


Seudónimo: Lady Macbeth

lunes, 21 de julio de 2014

148. FIYW (Feel If You Want). De Ahemir


Apenas un milisegundo antes de que Lucía sintiera la sensación de frío, las nanomáquinas ejecutaron su labor y aumentaron su temperatura corporal. La noción de frío resultaba aniquilada por los microscópicos seres biomecánicos que regulaban su temperatura automáticamente. La última actualización mejoraba el tiempo de reacción de las nanomáquinas en milisegundos. Un servicio previo pago.
Ésta era tan solo una de las múltiples utilidades del sistema FIYW. En su agresiva campaña de comercialización la corporación propietaria de la patente basó sus argumentos en que el ser humano no puede permanecer anclado a perpetuidad en sus huellas primigenias. Su lucha era contra los sentimientos físicos y emocionales. No sientas si no quieres: Feel If You Want, rezaba su eslogan.
Por eso, cuando Lucía recibió el mensaje que le comunicaba el fallecimiento de su madre, con la que había perdido contacto muchos años atrás, las nanomáquinas evitaron el escalofrío, pero no la culpa; una actualización que jamás podría costearse. Su versión tampoco impedía verter lágrimas, de manera, que, sin poder evitarlo y sin saber cómo ni porqué, el lacrimal de Lucía se humedeció hasta formar una gota, una lágrima, que recorrió su mejilla velozmente hasta caer al suelo.


Seudónimo: Ahemir

lunes, 14 de julio de 2014

119. SUPERPOBLACIÓN (o La Importancia de Llevar Protección Especial para el Brazo). De Wolfgang Amadeus Pérez


Hace un frío del carajo y estamos aguantando la radiación del exterior dos horas más de lo recomendado. Yo tengo mi coquilla de plomo, pero estoy rodeado de ingenuos que no llevan ni un miserable casco de hojalata. Mi cabeza sí que está bien guardada, y mis hombros, mis codos, mis rodillas y una protección especial para el brazo derecho; mi gordita del alma y yo lo llevamos planeando desde hace ocho años, tenemos todos nuestros ahorros en esto. Lo tengo bien claro y ellos no, esa es mi ventaja.
Se levanta el portón, tenemos veinte segundos hasta que caiga. Quien parpadee se lo pierde, los que no han reaccionado ya no tienen oportunidad. Mientras corremos como fieras, los novatos se golpean y se enzarzan en peleas asesinas. El secreto no es pegarse, eso te ralentiza, el secreto es empujar y hacer caer al contrario, con suerte se llevará a alguien más en la caída. Y no importa correr sobre los que ya están en el suelo.
Ya estoy dentro. Siento, con todo mi cuerpo, la guillotina del portón al caer y los últimos gritos de los atrapados debajo. Rechazo la primera sorpresa que nos tienen preparados: desde el piso superior, unos funcionarios lanzan paquetes de comida a la galería; quien se detenga tampoco lo logrará, aunque esta noche comerá proteínas. Yo sigo empujando, un centenar hemos llegado a la escalinata. Los demás ignoran la cacofonía sinfónica que atrona allí, pero yo me detengo un par de segundos en el rellano donde la escalera se divide, busco a Bach. Lo distingo a la izquierda y continúo por allí; los que han seguido a Mozart se encontrarán con una puerta que los llevará directamente al exterior. Lo sé porque he pagado mucho dinero por esa información.
Llegamos al pasillo, aún nos quedan cien metros y solo hay dos que me sacan ventaja. Uno tropieza y lo lamentará toda su vida. El otro, que ahora se detiene frente a la ventanilla, no lleva protección especial. Lo embisto con todas mis fuerzas, al tiempo que meto mi brazo protegido en la abertura. Lo he conseguido, estoy aferrado, nadie me puede mover. Entrego el impreso al funcionario y le digo: «¡Queremos tener un hijo!»


Seudónimo: Wolfgang Amadeus Pérez

domingo, 13 de julio de 2014

107. PLENILUNIO. De Sibila


Como un mago dispuesto a lanzar su encantamiento, el hombre se mantuvo estático. En un momento se apoderó de la atención de aquel recinto de luces tenues y ambarinas. Su audiencia aguardaba en silencio, expectante. Luego de esos instantes, tomó su instrumento con agilidad prodigiosa. Sentado en el banquillo, dio comienzo a una introducción de vibrato y arpegios. El instrumento y su dueño, en resonancia con el trino de un ave, dieron paso a la urdimbre de música, voz y relato. Cantos de tragedia y amores perdidos, de viajes y mundos imposibles. Y de una mujer que pintaba cada noche de plenilunio hasta que el amanecer se llevaba su obra. La cantó con la voz clara de un conjurador y la música le dio vida.
A ratos asincrónica y luego con cadencias ululantes, la música traía de vuelta a aquella mujer que cada noche, forjaba una imagen en su mente. Y cada una era una puerta, una posibilidad evanescente. Sólo hasta que existía el recuerdo duradero, entonces iba al lienzo para darle vida. Esa noche habitaba la luna llena. Esa noche era la última para sus creaciones: dos amantes en un cuadro, otro de un barco sobre el mar embravecido y un ensueño de islas flotantes. Se aproximó al último lienzo y lo abordó con impaciencia febril: era la hechicera imagen de un hombre. Dejó que el pincel le hablara, mezclando colores, tonos que se unificaban en algo, en alguien. Se creaban formas y sombras. Un migrante velo de luz tocó el lienzo, en la silueta de un hombre con un laúd en su regazo.

Seudónimo: Sibila

104. LA EXISTENCIA DE MARLENE. De Miguel Nelo


La primera noticia de la existencia de Marlene llegó al mundo mil años antes de que naciera. Un sacerdote contempló las convulsiones de un sapo en el lodo, y comprobó la veracidad del presagio en las deflagraciones solares. Sería una niña, nacería en la Tierra, conquistaría Júpiter y, llegado el momento, la confundirían con Dios. Y así fue.
Marlene dirigía la transformación del planeta con mano de hierro. Nada escapaba a su voluntad implacable, decidía con igual firmeza el curso de los ríos, el trazado de los continentes y la dimensión de las tormentas. Había consentido en mantener el gigantesco ojo rojo, sólo como muestra de su piedad hacia las fuerzas de la naturaleza.
Poco a poco llegaron las personas. Se instalaron bajo su auspicio y se sometieron a sus designios. La confianza en ella llegaba hasta tal punto, que las mujeres que debían dar a luz, los hombres que debían fecundarlas y los ancianos que debían morir, todos esperaban su permiso para hacerlo. No es que la temieran, pero ella era su reina y su creadora, y jamás se hubieran planteado que las cosas pudieran ser de otro modo.
Un día, Marlene se levantó cansada de ser Dios y decidió abandonar su palacio y mezclarse con su gente. Fue una mañana larga, cien veces la confundieron consigo misma y cien más intentaron agasajarla con oraciones y ruegos. Cuando el enésimo niño se postró ante ella, no pudo soportarlo más y ordenó que la olvidaran, que la borraran de sus conciencias, que quemaran sus recuerdos. Lo hicieron, y Marlene sintió que aquello estaba bien.
Sin embargo, Marlene pensó que aún no era suficiente. Tanto el planeta como el mismo Universo seguían recordándola y obedeciéndola. Deseó entonces el olvido absoluto, desentramarse de la realidad como una sombra de inexistencia. Lo hizo. Por primera vez en toda su vida, podía sentir el desgarro de la ausencia de su ser. Y Marlene sintió que aquello estaba bien y dejó que el olvido fuera extendiéndose hasta alcanzarla, borrándose a sí misma, aniquilando su presencia, su nacimiento y su presagio.


Seudónimo: Miguel Nelo

sábado, 12 de julio de 2014

100. DIN, DON, DIN. De Deimos IV


"La Delegación Local del Tribunal Superior de Justicia Interplanetario recuerda a todos los ciudadanos de esta colonia que a partir de las doce horas cero minutos del día de hoy se hará público el baremo de criminalidad correspondiente al mes en curso, según orden establecida en el Decreto Imperial 310/3077B, sección cuarta, párrafo tercero. Las consultas podrán hacerse por vía telemática o acudiendo personalmente a cualquiera de los puntos de información habilitados a tal efecto, si bien se aconseja este segundo procedimiento por ser el de mayor fiabilidad. Todo aquel que obtenga una puntuación igual o superior a doce puntos, repito, doce puntos, deberá presentarse ineludiblemente, acompañado de un abogado, en las dependencias del juzgado del sector correspondiente en un plazo máximo de diecisiete minutos para recibir la condena pertinente. Las costas del juicio, así como la minuta del letrado, correrán por cuenta de los acusados y no se considerarán gastos deducibles en la declaración del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas Humanas, Semihumanas o Sintéticas. Gracias por su atención, que tengan un buen día".
Tras leer el anuncio la mujer se mordió el labio, nerviosa. El baremo, confeccionado aleatoriamente por una entidad ajena a la colonia, era del todo impredecible. En la convocatoria anterior, por matar a su marido, le asignaron sólo once puntos. Se libró por los pelos. Esta vez había robado un bolso.
Cruzó los dedos.


Seudónimo: Deimos IV

miércoles, 9 de julio de 2014

92. HUELLAS EN LA MADERA. De Robin


Era un armario robusto, magnífico, pero con una tara: al parecer, el hijo pequeño de sus anteriores dueños había dejado numerosas huellas de sus manos marcadas en pintura roja en la parte interior de la puerta, una travesura infantil que le había permitido a Ellen afrontar el aún elevado precio. Así que fue recibido en su hogar con regocijo, especialmente por parte de su hijo, que insistió en quedárselo de inmediato.
Ellen no comprendió la razón de aquella extraña insistencia, pero cedió al capricho, divertida, y situó el viejo armario en el dormitorio del niño. Al cabo de una semana, observando las crecientes ojeras del pequeño con suspicacia, temió que éste se hubiera quedado hasta tarde jugando al escondite con su peluche favorito, un pasatiempo al que era muy aficionado y al que se le habría añadido emoción debido a la presencia del nuevo lugar para ocultarse.
Aquella noche, Ellen se deslizó dentro de la habitación de su hijo, y se encontró con una escena inesperada: el niño estaba de pie en mitad del cuarto, con los ojos abiertos de par en par y clavados en el armario, cuyas puertas estaban abiertas, invitantes. Y entonces él se dejó llevar, poco a poco, avanzando hacia el mueble con el terror más absoluto en la mirada, como si su mayor deseo fuera volverse a la cama.
Había algo extraño en el ambiente, y una sensación de miedo irracional aceleró el corazón de Ellen; no sabía qué estaba ocurriendo, pero si de algo estaba segura era de que no debía permitir que su hijo entrara en aquel armario. Trató de acercarse al niño para atraerle hacia ella, pero las piernas no le respondían; estaba totalmente paralizada.
Tras debatirse unos momentos con desesperación, logró vencer el miedo, y en dos zancadas se interpuso entre el armario y su hijo. Entonces, una inmensa fuerza de atracción la arrastró dentro, y las puertas se cerraron tras ella. Y en ese momento, al golpearlas furiosamente con las palmas abiertas, observó las huellas del anterior propietario en la madera y comprendió: aquello no era pintura.


Seudónimo: Robin

martes, 8 de julio de 2014

88. GRAND GUIGNOL. De Walmares


Se mezclan las lágrimas torpes del enano  Noel con  el líquido sanguinolento de las vísceras y casquería comerciadas al peso, que manipula antes de la representación. Tras el terciopelo rojo, observa la traición de Odette, la muda, perdida en quebrados espasmos orgásmicos ante las embestidas del barón sobre el antiguo altar. Confude la  compasión y la ternura con un amor correspondido, pero tan distinto en  intensidad como en altura. Abre las costuras de su traje para el papel de novia, Margot sigue siendo demasiado diva, a pesar de estar  cada día está más rolliza .En la húmeda celda convertida en camerino maquilla un pálido rostro y alimenta la manteca de un cuerpo que vivió épocas mejores.
La sonrisa de los policromados ángeles que flanquean el angosto escenario recibe al arremolinado público. La baronesa besa la sudada mejilla de su adúltero marido. La tardía luz de julio se filtra por la apocalíptica vidriera: La Caída de Babilonia. La función va a comenzar. El enano tramoyista  lo tiene todo preparado ¡Arriba el telón!
Acicala la afásica  sirvienta el pelo  ensortijado de la novia. Una cuna de mimbre y otra de oro  diferencian a una de la otra. Un mismo truhán las une. La esencia de los celos se guarda en un pequeño frasco, que Odette derrama  vertiendo el corrosivo ácido sobre el rostro de la prometida. Ante el espejo, hierve la piel curtida, vacías las cuencas de los ojos. El inmaculado vestido se pliega en estertores de dolor de una masa informe en que se ha convertido la testa de la novia. La satisfacción silenciosa se refleja en la sonrisa vengativa de la muda Odette. Te quiero con el lenguaje de signos proclama a su amor prohibido que llora ante el amasijo de carne y seda de lo que era Margot. Rompe el  casanova de rabia el espejo, y con la esquirla más afilada rebana las falanges de la celosa asesina. Un pulgar vuela directo a la garganta de la baronesa, que vomita sobre el chaqué de su marido. El público aplaude el realismo de la obra. Satisfecho,  Noel, baja el telón del último pase.


Seudónimo: Walmares

miércoles, 2 de julio de 2014

72. JUEGO DE NIÑOS. De Sam Elowin


El aullido se sintió de madrugada, estaba cargado de miedo, llego rompiendo el sueño de todo el pueblo, y luego, sin haber pasado diez segundos decenas de aullidos, tal vez cientos, ensordecedores, machacando la noche, alertando a madres, enfureciendo a los hombres que el día de mañana tenían que trabajar temprano.
Lo peor fue el silencio de los niños, las madres corrieron a sus cuartos encontrando camas vacías, baños vacíos; agudizaron sus oídos tratando de escuchar a sus hijos, sentían el miedo crecer en sus entrañas. Abrieron sus puertas gritando sus nombres, corrieron hacia los aullidos, esperanza en sus almas de no llegar demasiado tarde; los hombres las siguieron, sus duros rostros resquebrajándose a cada paso, ¡sus hijos!
Todos se detuvieron casi al mismo tiempo,  ahí a los pies del cerro, era fácil de ver y a la vez lo más difícil, el frío de la noche caló sus huesos petrificándolos, o tal vez fue el miedo.
Estaban ahí, pero no era sus hijos, quedaba algo de ellos, puede que la ropa, definitivamente no los ojos. Las perros a sus pies agonizantes, aún emitían pequeños quejidos, los niños sonreían, sus ojos escarlata viendo a sus padres, los palos aun en sus pequeñas manos.  


Seudónimo: Sam Elowin

martes, 1 de julio de 2014

71. PRECAUCIÓN, ESTO ES UNA TRAMPA. De AlejoIII


Golpee tres veces la aldaba y diga el código secreto. La puerta se abrirá automáticamente y usted amabílísimo lector será invitado a presenciar un acontecimiento que rompe la barrera entre mi ficción y su realidad. La habitación es exactamente igual a como usted se la imagina por lo que no tengo necesidad de hacer descripción alguna. Aquí no está sólo, pronto entrará a su cuarto un hombre con una máscara horripilante, sí, igualito como usted lo imagina. Le hará algunas preguntas a las que solo usted, atento lector, puede responder con los más inconfesables deseos que lo han acompañado desde su adolescencia. Sí, el hombre de la máscara ya lo sabe todo. Se quita la máscara y  tiene tú rostro, de cuando eras niño. ¿Quién es ahora el terrible monstruo? Quieres pedirle perdón pero te das cuenta que no existen palabras para hacerlo. Está ahora en el rincón, abrazando sus rodillas y cuando tratas de acercarte a él para tranquilizarlo se orina del miedo. ¿En qué te has convertido? para hacer llorar a tu niño de  forma tan amarga. Lo sé, lo sabemos ¡estás arrepentido! Puedes quedarte recapacitado aquí dentro el tiempo que quieras, aún y cuando termines de leer este breve relato, un pedazo tuyo se quedará atrapado para siempre en la habitación que imaginaste, con el pequeño tú orinado en una esquina y lo que más te repugna de ti hoy frente a él. ¿Cuál era  el código secreto?


Seudónimo: AlejoIII