lunes, 14 de julio de 2014

119. SUPERPOBLACIÓN (o La Importancia de Llevar Protección Especial para el Brazo). De Wolfgang Amadeus Pérez


Hace un frío del carajo y estamos aguantando la radiación del exterior dos horas más de lo recomendado. Yo tengo mi coquilla de plomo, pero estoy rodeado de ingenuos que no llevan ni un miserable casco de hojalata. Mi cabeza sí que está bien guardada, y mis hombros, mis codos, mis rodillas y una protección especial para el brazo derecho; mi gordita del alma y yo lo llevamos planeando desde hace ocho años, tenemos todos nuestros ahorros en esto. Lo tengo bien claro y ellos no, esa es mi ventaja.
Se levanta el portón, tenemos veinte segundos hasta que caiga. Quien parpadee se lo pierde, los que no han reaccionado ya no tienen oportunidad. Mientras corremos como fieras, los novatos se golpean y se enzarzan en peleas asesinas. El secreto no es pegarse, eso te ralentiza, el secreto es empujar y hacer caer al contrario, con suerte se llevará a alguien más en la caída. Y no importa correr sobre los que ya están en el suelo.
Ya estoy dentro. Siento, con todo mi cuerpo, la guillotina del portón al caer y los últimos gritos de los atrapados debajo. Rechazo la primera sorpresa que nos tienen preparados: desde el piso superior, unos funcionarios lanzan paquetes de comida a la galería; quien se detenga tampoco lo logrará, aunque esta noche comerá proteínas. Yo sigo empujando, un centenar hemos llegado a la escalinata. Los demás ignoran la cacofonía sinfónica que atrona allí, pero yo me detengo un par de segundos en el rellano donde la escalera se divide, busco a Bach. Lo distingo a la izquierda y continúo por allí; los que han seguido a Mozart se encontrarán con una puerta que los llevará directamente al exterior. Lo sé porque he pagado mucho dinero por esa información.
Llegamos al pasillo, aún nos quedan cien metros y solo hay dos que me sacan ventaja. Uno tropieza y lo lamentará toda su vida. El otro, que ahora se detiene frente a la ventanilla, no lleva protección especial. Lo embisto con todas mis fuerzas, al tiempo que meto mi brazo protegido en la abertura. Lo he conseguido, estoy aferrado, nadie me puede mover. Entrego el impreso al funcionario y le digo: «¡Queremos tener un hijo!»


Seudónimo: Wolfgang Amadeus Pérez

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