miércoles, 9 de julio de 2014

92. HUELLAS EN LA MADERA. De Robin


Era un armario robusto, magnífico, pero con una tara: al parecer, el hijo pequeño de sus anteriores dueños había dejado numerosas huellas de sus manos marcadas en pintura roja en la parte interior de la puerta, una travesura infantil que le había permitido a Ellen afrontar el aún elevado precio. Así que fue recibido en su hogar con regocijo, especialmente por parte de su hijo, que insistió en quedárselo de inmediato.
Ellen no comprendió la razón de aquella extraña insistencia, pero cedió al capricho, divertida, y situó el viejo armario en el dormitorio del niño. Al cabo de una semana, observando las crecientes ojeras del pequeño con suspicacia, temió que éste se hubiera quedado hasta tarde jugando al escondite con su peluche favorito, un pasatiempo al que era muy aficionado y al que se le habría añadido emoción debido a la presencia del nuevo lugar para ocultarse.
Aquella noche, Ellen se deslizó dentro de la habitación de su hijo, y se encontró con una escena inesperada: el niño estaba de pie en mitad del cuarto, con los ojos abiertos de par en par y clavados en el armario, cuyas puertas estaban abiertas, invitantes. Y entonces él se dejó llevar, poco a poco, avanzando hacia el mueble con el terror más absoluto en la mirada, como si su mayor deseo fuera volverse a la cama.
Había algo extraño en el ambiente, y una sensación de miedo irracional aceleró el corazón de Ellen; no sabía qué estaba ocurriendo, pero si de algo estaba segura era de que no debía permitir que su hijo entrara en aquel armario. Trató de acercarse al niño para atraerle hacia ella, pero las piernas no le respondían; estaba totalmente paralizada.
Tras debatirse unos momentos con desesperación, logró vencer el miedo, y en dos zancadas se interpuso entre el armario y su hijo. Entonces, una inmensa fuerza de atracción la arrastró dentro, y las puertas se cerraron tras ella. Y en ese momento, al golpearlas furiosamente con las palmas abiertas, observó las huellas del anterior propietario en la madera y comprendió: aquello no era pintura.


Seudónimo: Robin

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