viernes, 31 de julio de 2015

63. LOBO Y MALACODA. De Leo Monturiol


Soy Lobo y estoy dentro de un ataúd. Hace tiempo, mi padre me entregó un fragmento de raíz. "Úsala en la mayor de tus soledades". Ahora, con dificultad, la saco del bolsillo. La masco, me arde la boca.
Soy Malacoda y estoy en una orgía. Lobo sabía demasiado, recordé cuando el vino bajó desde el pecho hasta mis regiones pudendas. Mi amigo Lobo no hablará. Tres chicas me soban con ese vino con olor a tierra y a roble.
Me sofoco, me paralizo. Me veo como un muerto al desprenderme del cuerpo. La tierra que me cubre ya no es barrera. El vertedero en donde dejo mi cuerpo se distingue a medias por la luna llena. Soy humo, vuelo sobre carreteras, entre edificios, traspaso montañas.
Mis respiraciones se aceleran al sentir tres lenguas sobre mí. La borrachera me hace ver una niebla viva. Me rodea, me acaricia, me besa. Entra con dulzura por mi boca. Tengo la urgencia de levantarme desnudo. Deseo buscar a Lobo.
No vuelo entre rocas ni sobre las nubes. Voy dentro de las carnes de Malacoda con deseos intensos de retornar a mi cuerpo en el ataúd. A esas horas acelero el auto sin miedo porque casi estoy muerto dentro de una caja de madera.
Excavo. Muy adentro, no quiero ver a Lobo muerto, lo deseo vivo. Me fatigo. Siento los maderos. Arranco la tapa. Saco a Lobo. Perdóname, le suplico aunque lo veo sin vida. Lo sacudo. Un vapor verdoso me sale por la boca. Penetra la de Lobo. Recupera el aliento como lo hace un ahogado sacado de las agua.
Con todo mi odio agarro a Malacoda por el cuello para lanzarlo a la fosa. Se ve ebrio, indefenso. Tapo el ataúd. Lo sepulto. Me alejo en el auto.
Soy Malacoda y estoy dentro de un ataúd.
Soy Lobo y voy a una orgía.

Seudónimo: Leo Monturiol

lunes, 27 de julio de 2015

55. TIEMPO DE VIVIR. De Wasileus Flanagan


Desde pequeño le habían entusiasmado las novelas y películas de ciencia ficción, especialmente aquellas que versaban sobre la posibilidad de realizar viajes en el tiempo. Siempre estuvo convencido de que, si no se había logrado lo que aquellos visionarios habían plasmado en sus obras, ya fuesen literarias o audiovisuales, se debía sin duda a la impericia de los científicos, incapaces de desarrollar una tecnología que debía estar ahí, aguardando a que una mente inquieta la sacase a la luz, del mismo modo que un escultor permite que la figura que se halla prisionera en el bloque de mármol brote de su interior.
A sus quince años tomó una decisión drástica, que habría de marcar el resto de su vida: sería él quien le hiciese ese regalo a la humanidad, la posibilidad del desplazamiento dentro de un marco temporal. Desde entonces encaminó todos sus esfuerzos en esa dirección, preparándose concienzudamente, leyendo cuantos libros sobre física teórica caían en sus manos, y abandonando por completo su vida social, secundaria por completo.
Mientras se preparaba para pronunciar su discurso de agradecimiento ante la Academia sueca, que había tenido a bien premiar su fabulosa contribución a la ciencia con el Premio Nobel de física, el prestigioso erudito, ya anciano, se preguntó si le restaría aún algo de tiempo para vivir esa vida a la que había renunciado.

Seudónimo: Wasileus Flanagan

viernes, 24 de julio de 2015

51. LA DAMA NEGRA. De Edgar Phillips Ligotti


Cada madrugada me despertaba a las 3:33 bañado en sudores fríos, paralizado de pies a cabeza. Este trastorno es conocido como parálisis del sueño; te despiertas repentinamente, plenamente consciente, pero incapaz de reaccionar. Sólo puedes abrir los ojos, escudriñar la oscuridad y rezar. Rezar si crees que la oración puede ayudarte a recuperar la movilidad.
La parálisis del sueño venía acompañada de alucinaciones, una de las cuales era especialmente terrible y reiterativa. Alguien, yo la llamaba la Dama Negra, aparecía en mi reducido campo visual. Entonces se sentaba en la cama y el colchón se hundía. ¡Juro que se hundía! Luego el bulto opaco de su cuerpo acercaba su cabeza a la mía, lentamente, como si fuera a besarme en la boca, y antes de que nuestros labios se tocaran me susurraba unas palabras en una lengua ininteligible, diabólica.
Probé a poner el despertador a las 3:30, pero alguien lo apagaba. Intenté no abrir los ojos cuando la dama aparecía, pero un impulso irresistible me empujaba a hacerlo. Traté de mantenerme despierto hasta esa hora, pero el sueño, irremediablemente, me vencía. Una noche, haciendo un tremendo esfuerzo y recurriendo a toda mi fuerza de voluntad, conseguí preguntarle qué quería. Percibí sus labios curvándose en una siniestra sonrisa. Eres escritor —me dijo—; escribe esto. Así podré entrar en los sueños de quien lo lea.

Seudónimo: Edgar Phillips Ligotti

jueves, 23 de julio de 2015

48. 30 SEGUNDOS DE INTIMIDAD. De 3 Monedas y Una Iguana


Como siempre, la alarma sonó a las 6:00 a.m.
Los 88 humanos abrieron los ojos en el mismo segundo. En menos de 10 se enfilaron hacia los urinarios. 243 segundos de alivio fecal para cada uno. El silencio solo era quebrantado por micciones, estertores y bufidos. Después de pasar por la ducha desinfectante esperaron, cada uno ante su catre, la orden de vestirse.
Se vistieron en menos de 70 segundos y, al gruñido sintético, todos marcharon hacia los comederos al trote prestissimo, haciendo todo el ruido que podían con sus botas. Ese era el único momento de intimidad; apenas 30 segundos. El sonido rítmico ensordecía los micrófonos ocultos y enmascaraba los comentarios no autorizados.
—Esta noche he vuelto a soñar —le susurró el desconocido de atrás. Siempre había sido un desconocido a pesar de haberse criado juntos desde su gestación.
—¿Qué has soñado tú? —Preguntó nervioso, dando a entender que él también había soñado. Como otros, que callaban asustados de las consecuencias que pudiera acarrear. Soñar era una anomalía desautorizada en aquella sociedad controlada.
—Con un animal peludo, que me lamía y jugaba conmigo. Yo era pequeño porque me caía abrazando al animal y me reía. Tengo miedo, he soñado con la risa.
Él mismo soñaba con el abrazo cálido de una mujer, que creía su madre, entre la frescura de lo que fuera una tarde de primavera en la naturaleza.
—Suma números primos o, mejor, calcula el número π hasta que en tu mente no quepan más dígitos. Y te aconsejo que olvides la risa por completo. ¡Qué no lo noten!
Al unísono, la marcha se silenció ante los comederos. Solo el sonido del aliento agitado se mezclaba con el zumbido del escáner cerebral matutino… como siempre.
Él bloqueó su mente calculando la secuencia de Fibonacci y mitigó su rabia apretando los puños, respirando con calma. Algún día los soñadores no seguirán el paso. Las semillas de la libertad, que maduran en el sueño, estallarán en flores de revolución.

Seudónimo: 3 Monedas y Una Iguana

martes, 7 de julio de 2015

35. DE CARCOMAS EXTRAVIADAS Y OTROS MISTERIOS. De Cydia Pomonella


Ellos podrían estar desnudándose entre los ladrillos de las paredes medianeras. Sospecho de un zumbido que se escapa, sigilosamente, en cada vivienda y se pierde en el rellano de las escaleras. Los  anteriores vecinos ya me advirtieron que existía un rumor, no confirmado, que el generalísimo Franco, por aquello de amortizar el presupuesto de obra de las viviendas al amparo social, asignó partidas de escayola a un contratista de origen desconocido que, cuando bebía dos vasos de aguardiente, charlaba por los codos y confesaba que pasados cuarenta años, por culpa de una maldición cósmica, las partículas de yeso se procrearían sin entendimiento alguno y con mala leche. Seguramente, se refería a las consecuencias del cambio climático que, gracias al aumento de la contaminación y los fenómenos atmosféricos adversos, ha acelerado el proceso de reblandecimiento de las paredes. Quizás por esta razón, los desperfectos y las grietas se multiplican con más frecuencia, a pesar de mi obsesión por la paleta y la masilla. La causa del conflicto son esos parásitos disfrazados de escayola, calcinados de sustancia blanca, esperando el momento propicio para deshacerse de la cáscara y de la pasta acuosa, hiperactivos, a la expectativa de probar a mover de nuevo sus extremidades peludas. En la oscuridad aprovechan para reunirse en asamblea y discutir la manera más conveniente de introducirse en la cama del propietario del apartamento.  Una vez el insecto aprieta el aparato bucal contra la cabeza del huésped, clava la aguja en el interior de sus tejidos, provoca una minúscula incisión detrás del lóbulo de la oreja, chupando los líquidos de la cordura, impidiendo huir de su maligna influencia. Poco a poco, sientes una extraña inercia a tomar decisiones maltrechas, contrarias a tu manera habitual de comportarte, hasta imitar ilícitamente la personalidad de otra persona. Ahora, entiendo muchas cosas que antes no podía. Después de años boquabierto, finalmente, comprendo las actitudes extrañas, las voces superpuestas y los gestos nerviosos en cada reunión extraordinaria de mi comunidad de vecinos.

Seudónimo: Cydia Pomonella

domingo, 5 de julio de 2015

34. ENTOMOFILIA. De Lepidóptero


Al principio no me fijé en ella. No era una mujer que llamase la atención. Tras su incorporación, insistió en encargarse de traer el café para todos en la oficina. Empecé a reparar en ella cuando Alberto me dijo que no paraba de mirarme. Ella no me gustaba. Era demasiado bajita y me desagradaban sus trajes de flores. Preferí no hacerle caso para no darle esperanzas. Pensaba que había pillado la indirecta. Entonces fue cuando comencé a sentir un cosquilleo en el estómago. No quise admitir que se trataba de algo especial, pero el cosquilleo se convirtió en un revoloteo frenético. Solo me ocurría cuando ella estaba cerca. Y, sin embargo, seguía sin atraerme. El revoloteo era ya doloroso. Tenía que averiguar qué era lo que me estaba pasando con esa mujer. La seguí hasta su casa una noche. Me abalancé sobre ella cuando abrió la puerta de su apartamento. La tenía agarrada por las muñecas encima de la barra de la cocina. Las paredes de su casa estaban cubiertas por unos inmensos terrarios repletos de gusanos de seda, crisálidas y mariposas.
—Me los metiste en el café— le dije.
Ella estiró el cuello y me besó. Noté cómo algo daba piruetas en mi interior y ascendía por mi esófago. Ella se retiró. Estaba sonriendo. Abrió la boca y vi una mariposa azul posada en su lengua. Agitó las alas y voló hasta mi nariz. Escuché un crujir de cristales y un ensordecedor aleteo. La habitación se transformó en un torbellino de colores. Era como si me hiriesen la piel con caricias.
Seudónimo: Lepidóptero