viernes, 15 de julio de 2016

91. EL ROSARIO. De Vacarola


Siempre le conocimos como El Rosario. Nunca supimos su verdadero nombre, ni cómo había llegado al pueblo. Contábamos con autoridades, pero quien siempre decidió lo que se hacía en el pueblo era El Rosario. Era un hombre de edad media, frente ancha y bigote poblado. Llevaba botas y sombrero como los sheriffs de las películas antiguas. Si había un problema en el pueblo, acudíamos a su casa a esperar un sabio consejo.
Lo veíamos aparecer a las 8.00 en el bar de pueblo y sin pedir nada, se servía una taza de café con aguardiente. A las 9.00 se sentaba en la plaza a leer el periódico. Entre 12.00 y 16.00 la gente del pueblo acudía a él con los más diversos temas. A las 19.00 volvía al bar a tomar su segundo aguardiente, esta vez sin café.
Pero un día, el pueblo amaneció bajo una densa neblina. Esa mañana, cuando el reloj de la iglesia marcó las 8.00, los comensales que aún quedaban en el bar no lo vieron aparecer, pero entre lucidez y borrachera pensaron que se había quedado dormido. El temor comenzó a correr por el pueblo cuando los que acudíamos a la plaza no lo vimos sentado en la misma banca con su periódico. La alarma final llegó cuando a las 12.00 horas fuimos a su casa a lo de siempre y no estaba. Algo terrible le había pasado a El Rosario y nos llenamos de terror. Tomamos todo lo que encontramos en nuestras casas que sirviera para espantar demonios y salimos en dirección al cementerio. Nos juntamos todos allí donde comenzaba el camposanto. Murmurábamos. Nos lamentábamos. Nos estremecíamos. Las siguientes horas fueron angustiantes, temiendo que, con la desaparición de El Rosario, desapareciera también la armonía del pueblo.
De pronto, vimos venir una sombra que se acercaba silente.  Hacía muchos años no teníamos una visita foránea. Lo rodeamos cuando finalmente estuvo junto a nosotros. "Él era el último de ustedes y finalmente se ha ido. Ya no lo necesitan. Ustedes también lo harán". Lloramos, aunque no entendimos lo que dijo, pero nos sentimos aliviados porque cuando volvimos al pueblo, éste ya no estaba. Y nosotros tampoco.

Seudónimo: Vacarola

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